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«Los retos del instalador fontanero en 2022»

Profesión de fontaneroLa admiración que siento por la fontanería proviene de mis orígenes en la adolescencia con el aprendizaje del oficio a cargo de mi mentor Antonio Ruiz Pérez, mi padre. Como en muchos casos, se transmitía de una a otra generación familiarmente, ya que se trata de una profesión qué va más allá de unos conocimientos para ejecutar instalaciones.

El “oficio de fontanero” supuso un cambio en nuestra forma de vida tal y como la conocemos en nuestros días. Es por esta y otras razones que expondré a lo largo de este artículo, por las que conmemorar el Día de la Fontanería cada 11 de marzo sigue siendo fundamental cada año.

Nuestra sociedad pasó de padecer unas condiciones higiénicas incontroladas antes de el siglo XX, a disfrutar de un abastecimiento de agua en condiciones de salubridad garantizadas por ley en los hogares, comercios e industrias de la mano de unos artesanos, los fontaneros, que conocían las técnicas heredadas de los romanos y los árabes en la península, con un elemento tan básico y fundamental para nuestras vidas como es el agua.

De aquellos tiempos en los que un maestro transmitía su conocimiento práctico a los aprendices por el método de la observación y la práctica con acierto y error, hemos evolucionado hacia una formación que coordina simultáneamente la teoría en los centros de formación y la práctica en las empresas (FP), en este caso se acredita completamente el conocimiento de todo el proceso que requiere el suministro de agua potable desde su captación, control, tratamiento, distribución y consumo de boca.

Tendríamos que pensar por tanto que el futuro es prometedor y brillante, pero no es así en realidad, (al menos del todo en España) si no cambian las condiciones normativas que regulan esta actividad.

En 2006 debido al cambio de criterio derivado de la transposición de la Directiva Europea 2006/123/CE, el gobierno del estado desmanteló prácticamente la profesión, hasta el momento basada en el NIA (antiguo reglamento) que capacitaba a los profesionales y coordinaba su trabajo entre las compañías distribuidoras y el cliente final mediante la ejecución de las instalaciones y su certificación con una memoria documental que responsabilizaba al instalador fontanero del buen hacer, con la puesta en marcha en condiciones higiénicas de las infraestructuras que habían realizado a fin de poner en servicio el suministro.

El Real Decreto 314/2006, de 17 de marzo, por el que se aprobó el Código Técnico de la Edificación, no contenía tampoco una regulación específica de la profesión, existiendo hasta la fecha, por el contrario, diversas normas de carácter autonómico.

Desde entonces se viene reclamando y exigiendo por parte de las principales asociaciones y confederaciones profesionales del sector de todo el país una rectificación para que se vuelva a poner en valor aquello que nunca debería haberse derogado.

Una cosa es proyectar y la otra es ejecutar legalizar y responsabilizarse de algo tan frágil en términos de salud como es el agua potable de boca y el ACS. Hay que volver, por tanto, a la posición de partida que muchos de los países del entorno europeo nunca variaron y que aquí por desconocimiento y pretensión de simplificación liberal, se dejó en manos de personas no cualificadas en algunos casos, poniendo en riesgo nuestra salud.

 

Del pasado al presente: el futuro de la fontanería

Por consiguiente, los retos a los que se enfrentan los instaladores fontaneros hoy en día tal y como ya hemos expuesto, son la necesidad de un marco normativo claro y luchar contra un elevado intrusismo por la falta de acreditación profesional y un nulo control por parte de las autoridades.  Añadiremos una falta de relevo generacional, dado que no se está formando a los jóvenes específicamente de una forma extendida y cuantitativa (salvo honrosas excepciones) sobre esta profesión, de por sí poco atractiva y estigmatizada socialmente durante décadas.

Es preciso por tanto generar de nuevo una buena imagen y reputación en los centros de formación, debiendo orientar más hacia el nuevo horizonte que promueve la nueva Ley FP y que puede suponer un aliciente para los alumnos y empresas.

Además, hay que impulsar la digitalización poniendo en valor el trabajo de calidad frente a supuestos profesionales no acreditados, utilizando Internet como medio de competencia con los conocimientos para sacarle rendimientos, ya que las instalaciones son cada día más tecnologías, digitales y conectadas. Con la necesidad de reciclarse mediante formación continua, la actualización de conocimientos para los fontaneros más veteranos.

No deberíamos olvidar la necesidad de trabajar en proyectos de divulgación y estímulo para incorporar también a la mujer en la profesión. Un gran reto para el sector atraer a más mujeres instaladoras, ya que los actuales avances en la tecnología, la gestión y ejecución de las instalaciones con materiales y herramientas menos limitantes por su volumen y peso, han modificado las condiciones del trabajo.

Si pretendemos por tanto que los centros de Formación Profesional y FP Dual continúen aportando profesionales al sector, hay que hacer ver y entender a la administración y a la sociedad en general que existe un gran futuro para la profesión del Instalador Fontanero, si se regulan de nuevo las acreditaciones de competencias y los requisitos técnicos para las personas y empresas que manipulan y ejecutan instalaciones de agua. Si no, quedará en manos de la voluntariedad y poco más, ya que no todo el mundo entiende que para desarrollar una actividad hay que formarse en primer lugar.

 

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